sábado, 4 de mayo de 2013

Jaimito en el hospital


Hace  unas semanas experimenté en mis carnes el trauma de una operación, de apendicitis para ser más exactos. Lo cierto es que no es para hacer un drama. Te duermen, te operan y te recuperas con tantos calmantes en vena que apenas es algo más que una molestia de un par de días (supongo que todo hay que atribuirlo a los grandes avances en medicina), pero a lo que vamos. Visité urgencias por primera vez a los 16 años, hasta entonces había tenido percances, pero ninguno tan grave como ese día: fisura en un hueso de la mano. Me examinó un Doctor y rápidamente me hizo pasar a una sala donde nos instalaban a la espera de hacernos pruebas, radiografía en mi caso. Es allí donde lo vi.
Era un enfermero de 30 a 40 años (soy malísimo adivinando la edad) con un parecido asombroso a Jaimito; me refiero a ese Jaimito que me enseñaron por la tele, durante mi infancia, y habitaba en películas de humor italianas (creo que la foto que encabeza esta entrada es la mejor descripción que se puede dar). Increíblemente atesoraba las mismas capacidades cómicas que su homólogo italiano; mismos gestos nerviosos, misma voz aguda y misma expresión en la mirada de niño travieso hiperactivo. Esto me lleva a su primera actuación.

Sin duda era un hombre servicial. Tal como vio llegar la camilla, que transportaba a la mujer prejubilada, se situó a la altura de su cadera para atenderla en lo que fuera posible. La paciente gimoteaba sin descanso con la mirada perdida en el techo, casi delirando - ¡Hay Dios mío que dolor!,¡Hay Dios mío que mal estoy!-. Y nuestro Jaimito la quiso socorrer - ¡No se preocupe señora!¡Deme el bolso para que se lo guarde que ahora mismo la atienden!- Pero la señora, que tan mal no estaría cuando se aferraba a su bolso con más fuerza que un pulpo, no se daba por aludida y continuaba a lo suyo - ¡Hay Dios mío que mal estoy!- Pero Jaimito persistía y, tirando levemente del bolso, trató de hacer entrar en razón a la mujer - ¡Señora!, suelte el bolso que ahora le atendemos.- Y en ese instante la señora entro en estado de enajenación, clavo la mirada en Jaimito y empezó a forcejear - ¡Suelta!,¡¡Suelta mi bolso!!-, el enfermero replicaba, aún, amablemente - ¡Señora, no se preocupe que yo se lo guardo!-
Esa bata blanca y esa cara de buena persona ya no le sirvieron para ganarse la confianza de la paciente cuando recibió el primer manotazo a la altura del hombro mientras escuchaba los improperios de la mujer - ¡Sinvergüenza!¡Ladrón!¡Cabrón, suelta mi bolsoooo!-. Jaimito seguía intentando hacer hincapié en sus buenas intenciones; eso si, tirando con más fuerza - ¡Joder señora!¡¿Quiere darme el puñetero bolso?!-.
El enzarzamiento duró algo más de 20 segundos; hasta que los separaron con el resultado, a mi parecer, en tablas. Tanto se habían golpeado, el uno a la otra, como insultado. Mientras me descojonaba, con el dolor que eso implicaba (¿alguna vez habéis probado a reir con un hueso de la mano agrietado?), aún pude escuchar las frases de despedida que se profesaron mientras se clavaban una mirada asesina - ¡Sinvergüenza!¡Cabrón!- dijo ella. A lo que Jaimito replicó - ¡Guarra!¡Puta!-
Si todo esto era una maniobra secreta que tienen los enfermeros para resucitar gente moribunda mientras entretienen al personal con una "performance", la había ejecutado a la perfección.

Apenas habían pasado diez minutos cuando Jaimito volvió, totalmente repuesto, con otra paciente en sus manos. Esta vez se trataba de una mujer, al menos quince años mayor que la anterior, que transportaba en silla de ruedas. Intuí que no le daría problemas ya que la abuela estaba medio adormilada y parecía dócil. Me equivocaba.
Supongo que aún faltaba alguna prueba más por realizar a la pobre mujer y por eso la tenía que dejar allí, en nuestra sala. No se si estaría sedada o, simplemente, tenía algún problema físico, pero el esfuerzo que tuvo que hacer Jaimito para levantarla fue titánico. Era como alzar un saco de piedras y, no pudiendo avanzar más de tres pasos, la depositó con ternura en el asiento más cercano a la puerta. Primer error.
Ese sillín estaba justo delante del interruptor de las luces y, con el balanceo de la mujer, no paraba de encender y apagar los fluorescentes con la espalda. Jaimito empezó a ponerse nervioso e intentó acomodar  mejor a la paciente - ¡Señora! déjeme ayudarla.- con tanta mala suerte que puso los dedos entre el respaldo del sillín y la pared; segundo error, el balanceo hizo el resto - ¡¡Hostia puta!!.- gritó un segundo antes de salir al galope de la sala para curarse la dolorida mano aplastada. Mientras, los pacientes, nos quedamos desmoronándonos de risa en una sala con una iluminación no apta para epilépticos. Pero no quedó ahí la cosa.

Creo recordar que éramos cuatro personas en la sala; dos mujeres sentadas en sillines (abuela de las luces incluida); un hombre de mediana edad en silla de ruedas; y yo, por supuesto. Las enfermeras reclamaron la presencia del hombre y, al no estar presente el enfermero, tuvo que salir de la sala por su propio impulso, con tanta mala suerte (sobre todo para Jaimito) que quedó atrancada la rueda de goma en el cristal de la puerta; esta cedió y acabo cerrándose lentamente tras la salida del hombre.
Y entonces vino él, Jaimito. Imagino que le habían mandado en busca de algún paciente en concreto, porque entró con todo el nervio y la energía que podía derrochar un enfermero tan atento y dedicado a su profesión como era él. El estruendoso ¡GONG! que sonó al chocar su cabeza con la puerta de cristal nos sobresaltó a todos en la sala, interrumpido, medio segundo después, por un - ¡¡¡Jodeeer!!!¡¡Su puta madre!!¡¿Pero quién cojones ha cerrado la puerta?!.- Mientras volvía a desaparecer dirección a los quirófanos.
¿Qué pretendía ese enfermero?¿matarnos de risa?, pues casi lo consigue el muy cabrito. No volví a verlo. A los cinco minutos me llamaron para hacer la radiografía y, tras la escayola pertinente, me mandaron de vuelta a casa; pero la desternillante experiencia de pasar por urgencias del Hospital del Mar de Barcelona me marcó positivamente para el resto de mis días.

Así que ya sabéis, si algún día tenéis un familiar (normalmente niño/a) que tenga pavor a los médicos, solo hay que llevarlo de urgencias a dicho hospital. Con un poco de suerte se encontrará a Jaimito en su hercúlea tarea de atender pacientes.

1 comentario:

  1. Existe un personaje atípico en mi empresa... recuerdas la mítica serie "N'hi ha que neixen estrellats" sí sí ... Frank Spencer ...ese mismo... clavadito a nuestro Abogado...
    Si algún día necesito un Abogado quiero que sea él... por lo menos ante el Juez soltaremos unas carcajadas ... También me ha marcado para el resto de mis días ...!!!
    Tu admiradora limpiadora...

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