miércoles, 26 de junio de 2013

El vecino desaparecido



Hoy me he levantado feliz. Era uno de esos días en los que presientes que nada te puede molestar ni alterar. Esa clase de días en los que tu cerebro, no se sabe bien por qué, no quiere pensar en obligaciones ni en responsabilidades. Pero al llegar a casa, este mediodía, y abrir la puerta me encontré con un folio doblado en el que pude leer lo siguiente:

Hola vecino, te dejo esta nota porque puede que no nos volvamos a ver. Hemos ido, por obstinación de mi aventurera esposa, a comprar un jarrón a ese lugar del que uno nunca sabe si volverá a salir. Lo adivinaste, IKEA.
Cuenta la leyenda que, ante las dos opciones que benévolamente le mostraron los Dioses, Ulises eligió la Odisea antes que ese enrevesado mundo. Otras fuentes dicen que el diseñador de sus pasillos era primo lejano de Dédalo, el mismo que creó el laberinto de Creta (allí donde habitaba el Minotauro). Y lo último que escuché es que por aquí vino Houdini, antes de ser famoso, para ensayar sus técnicas de escapismo.
Es la tercera vez que afronto este delirio y puede que sea la última. En las anteriores visitas me equiparon con lápiz, papel y una cinta métrica (un equipo de supervivencia del todo insuficiente dada las horas, días o meses que puedes pasar allí dentro) y me pude salvar gracias a que utilicé esos utensilios para trazar un croquis en forma de plano. Ahora habrán tomado precauciones y no sé yo si seré capaz de improvisar.
Lo que vi fue espeluznante: personas deambulando de aquí para allá, desorientados y, seguramente, poseídos por los demonios derrochadores de ese averno. Pude leer carteles, en una lengua imposible, que hechizaban; como una silla de playa llamada MYSINGSÖ bautizada, sin duda, en el dialecto de Belcebú.
La gente que ha podido escapar se la encuentra en trance y no recobran el sentido hasta recibir dos buenos tortazos y, aún así, nunca pueden recordar como lo lograron. Y no acaba ahí la pesadilla. Queda montar los presuntos tesoros que consiguen sustraer de esa cueva de Alí Babá. Ahora empiezo a creer la historia que contaba mi abuelo sobre la maldita compra que hizo Gaudí en ese infierno. Me explicó que jamás podrán acabar de montar la Sagrada Familia porque nadie entiende las instrucciones. No me extraña.
No tengo mucho tiempo y tampoco quiero asustarte más, si nos volvemos a ver solo espero que sea por el vecindario y no en ese manicomio. Si no volvemos no llames a los mossos d'esquadra y nunca se te ocurra venir en nuestra búsqueda. 
Hasta siempre.

Así, a primera vista, no hay duda de que está como un cencerro pero, como bien creo recordar que dice el dicho, no es loco todo lo que parece.
Ahora es cuando me doy cuenta, y aqui me despido de mi placentero día, que esta nota no era más que la coartada perfecta para desaparecer. El recuerdo de una reunión de la comunidad programada esta tarde, para debatir una posible derrama, ha atropellado mi paz espiritual. Y puedo asegurar que mi desaparecido vecino es, incluso después de leer la carta, el más cuerdo y menos peligroso de cuantos se han dado cita en la asamblea.

Así que con el permiso de mi mujer, y antes de que se realice dicha reunión, nos iremos a "ese lugar", nos dejaremos llevar por la marea humana consumista y, con un poco de suerte, todo habrá acabado cuando volvamos a casa. Si volvemos.






viernes, 21 de junio de 2013

Exprimir un huevo


Para bien o para mal soy un asiduo a los análisis clínicos. Casi todas las extracciones de fluidos corporales no pasan de ser una pequeña molestia que se supera gracias a la colaboración y preparación de los enfermeros/as que saben, en todo momento, como ayudar al paciente. En una extracción de sangre te sientan en una butaca, buscan la vena idónea y, si te mareas, te dan un caramelo y te tumban; para una muestra de orina te dan un bote y, si vas con la vejiga vacía, te procuran agua para agilizar la evacuación; con las muestras de heces no suele haber problemas ya que no hace falta que sean recientes y, probablemente, te facilite la tarea si arrastras una diarrea.

Sin embargo hay una prueba que nadie ha planificado correctamente: el seminograma o espermiograma. A priori puede parecer una de las extracciones más placenteras para el afectado, pero no es así. Por Dios que no es así. Entras en la consulta, te dan un recipiente y te dicen - Deposite el semen aquí -. Y ya está, ni tienen un cuarto a tu disposición ni ningún tipo de estímulo. ¿Cómo quieren que extraiga la muestra?¿me exprimo un testículo allí mismo?¿o creen que es como echar un escupitajo?. Cuando preguntas dónde puedes ir, para tener algo de intimidad, te indican los servicios públicos de la clínica. Resignado, una vez allí, intentas acomodar tu trasero lo mejor posible a un retrete desconocido y procuras evadirte del ruido y los olores que acostumbran a cohabitar en lavabos tan concurridos. Una vez planificada la ceremonia, con pantalones en las rodillas y botecito en mano, intentas concentrarte en tu tarea, pero en ambiente tan hostil es muy complicado y estresante.

Nadie está demandando un servicio profesional de señoritas; ni enfermeros que se presten, como lo haría Torrente, con su recurrente frase -¿nos hacemos unas pajillas?-. No. ¿Tanto costaría adecuar un pequeño cubículo con un funcional, y cómodo, asiento y unas revistas, con tendencias sexuales variadas, para poder estimular el órgano?.

Pero lo peor de todo es la poca delicadeza de la practicante al ver que tardas demasiado, para su gusto, y amenaza con extraer el líquido a través de una biopsia testicular. Ingenuamente pregunté sobre el procedimiento y me explicó que, mediante inyección, extraen el semen directamente del testículo. Entonces sí, ahí lo consiguió. ¡Por mis cojones (nunca mejor dicho) que saco el semen manualmente!.


NOTA: unas semanas más tarde pude comprobar como mis demandas se hacían realidad en el lugar menos esperado. La Seguridad Social. 

viernes, 14 de junio de 2013

El sentido de la muerte



Voy a contar un secreto que la mayoría de personas desconoce aunque, si se paran a pensar, seguro que lo acabarían deduciendo: aproximadamente el 80% de lo que publican los medios de comunicación oculta la verdad o, directamente, es mentira y casi nunca está contrastado correctamente. Y tengo alguna anécdota personal para demostrarlo, aunque no viene al caso. Pero tenemos la virtud de creernos todo lo que nos cuenta la radio, televisión o periódicos.

El caso es que me he enterado de la existencia de un proyecto llamado Mars One que pretende, en un plazo de 10 años, colocar, sin posibilidad de retorno, a 4 seres humanos en una base situada en Marte. Se trata de un programa televisivo similar a Gran Hermano que seleccionará, de unas listas abiertas, a candidatos de todo el mundo para la misión. Todo el plan se financiaría, dicen, con publicidad, empresas privadas y derechos televisivos.

Sin duda son unos plazos muy poco realistas y, de hacerse realidad, sería enviar a esas personas a una muerte segura. No hay tecnología suficientemente avanzada para superar tal reto, ni nave espacial para llevarlo a cabo y se me ocurren, al menos, una docena de maneras de morir en el intento; desde fallos en naves sin testear a radiación solar (durante el viaje o en el propio planeta, ya que este no posee un campo magnético que lo proteja) o cualquier otro imprevisto en el feroz Universo. Pero lo que realmente me ha llamado la atención es saber que ya hay 200.000 personas dispuestas a ser tripulantes de esta misión suicida.

Esto me ha recordado a mi viaje de novios (caprichos del cerebro). Fuimos a Cancún, México y aprovechamos la estancia para visitar los restos de una ciudad Maya llamada Chichén Itzá famosa por su templo piramidal. Pero lo que más me fascinó fue una especie de estadio situado muy cerca del monumento donde, según nos contó el guía, jugaban a la pelota. El deporte consistía en hacer pasar una bola de caucho por unos aros construidos a 8 metros de altura. Para ello solo podían emplear codos y caderas, pero lo más sorprendente era el premio para los ganadores: los decapitaban.

La similitud en las motivaciones entre los aspirantes al proyecto Mars One y los jugadores Mayas me parecen evidentes. Ahora empiezo a entender por qué alguien querría jugar a ese maquiavélico juego y, por consiguiente, querer perder la cabeza en caso de resultar ganador. Al parecer era un gran honor derramar la propia sangre para ayudar a que la tierra fuese fértil y contentar así a los Dioses o, al menos, eso era lo que les infundía su religión.

Puestos a comparar podríamos medir por el mismo rasero espiritual a esos sacerdotes y la televisión: siempre se le da veracidad a sus palabras sin necesidad de pruebas ni verificaciones, solo demandan fe ciega. También podríamos buscar pararelismos en el premio: si resultas ganador tendrás una bonita muerte ante todo el pueblo con los mayores honores. Y lo mejor de todo: tu muerte tendrá un sentido ya que ayudará, supuestamente, en varios aspectos al desarrollo de la humanidad.

Vale que mi anterior entrada era surrealista, psicótica y neurótica pero, en su esencia, tenía un sentido positivo de la existencia: la búsqueda de algo por lo que vivir. En cambio los 200.000 insensatos apuntados a la locura de la misión espacial, igual que los jugadores de pelota de la Era Maya, me resultan más enfermizos. Optan por un sentido de la vida totalmente opuesto: la búsqueda de algo por lo que morir. Supongo que solo es cuestión de elegir.

viernes, 7 de junio de 2013

El sentido de la vida



¡Lo encontré!. ¡¡Mi objetivo en la vida!!. Tantos años tras sus pasos, tantas noches de incertidumbre y.... y...... Lo siento, me emociono.
Siempre, desde que tengo conciencia, he buscado mi sitio en esta vida, en este mundo, en este universo, en casa. Bueno, en casa propia. Miento, es del banco pero me deja vivir aqui. Mientras pague cada mes, claro.

Esperaba una señal divina que me transportara, que me alzase hacia ese estado de éxtasi que da tener un propósito, una finalidad, un destino. Descubrirlo es maravilloso, nunca imaginé una embriaguez mental tan placentera, tan etérea. Estoy tan dichoso como un camello en su oasis, como una lagartija al sol, como una pulga en su perro.

He entrado a formar parte en uno de los gremios más envidiados. Si, lo diré: soy rascador de orejas, concretamente de gato. Bueno, es gata. Aunque mi tía veterinaria le extirpó los ovarios..... gatao. No es un puesto por el que se pueda opositar, uno es escogido y, por ello, siempre ha de estar atento y dispuesto para cumplir el cometido.

Y fue ella misma quién me lo comunicó. Se plantó delante mío, me clavó la mirada y gritó - ¡Hey, tú!
Primero me extrañé, estaba solo y no había advertido su presencia. Pero cuando vi sus grandes ojos azules mirándome fijamente supe que fue ella. Me puse tan nervioso que le hice la pregunta más obvia.
- ¿Puedes hablar?
- Pues claro. ¿Acaso no puedes tú?- me dijo con desdén.
Esa evidencia me desarmó, ¿por qué siempre pensamos que somos mejores que los demás?
- A partir de hoy tu serás el único que me pueda rascar. Hazlo saber al resto de humanos porque no lo volveré a repetir.- Y volvió a su cojín donde, al momento, se durmió.

Desde entonces soy otra persona. Ser "el elegido" me ha dado una gran confianza, una seguridad en mi mismo que jamás habría imaginado, una inesperada cordura. Algunos de mis amigos me preguntan que pasará cuando no tenga a quien rascar las orejas. Sin duda será una gran desgracia y me invadirá una profunda tristeza. Desaparecerá el ánimo y la determinación de la que tanto presumo y mi mente se tornará inestable. Me sentiré tan indefenso como un cocodrilo sin charca, como un caracol en día soleado, como un piojo en una calva.

O me buscaré otro gato que rascar..... o gata...... gatao.



Mi jefa, en la agotadora tarea de echarse la siesta.





miércoles, 5 de junio de 2013

La naturaleza es sabia




Esta semana, escuchando la radio, oí que comentaban un estudio donde llegaban a la conclusión que el hombre del siglo XXI tiene menos cociente intelectual que el del siglo XIX. Las pruebas se basan en el tiempo de reacción ante un estímulo, parece ser que ahora tardamos prácticamente el doble. Con esto deduzco que los fenicios aún respondían más rápidamente, y no digamos los cromañones (unos trileros de mucho cuidado).

No creo que seamos más tontos, aunque sí es posible que más confiados. Supongo que hace 2 siglos todo era mucho más peligroso y, para sobrevivir, debías estar continuamente en tensión. No existía la penicilina y la esperanza de vida no llegaba a los 40 años, así que si veías estornudar al vecino de al lado ya podías echar a temblar. Seguro que esa incertidumbre dotaba al cerebro de un resorte/superpoder parecido al de Spiderman para detectar amenazas. Pero ya no. No lo necesitamos.

Estoy de acuerdo con la teoría evolutiva de Darwin aunque, a mi parecer, queda incompleta. Puedo aceptar que evolucionamos gracias a la selección natural, pero no creo que las mutaciones en nuestra especie sean de forma aleatoria. Pienso que la naturaleza es sabia, nos estudia y pone a nuestra disposición cambios adaptados a nuestras habilidades.

Analizando a nuestros ancestros (los simios) nos damos cuenta de las diferencias físicas que nos separan, pero me centraré en una: el pelo. A todos nos han explicado que el pelaje de los animales sirve para proteger las partes más frágiles e importantes de su anatomía pero cada día se nos deforesta más el cráneo y se puebla más el trasero, todo lo contrario que a los monos.

Entonces, ¿es posible que, la madre naturaleza, haya detectado la disminución en el rendimiento del cerebro humano actual?. Esta sería la explicación para el incremento de casos de alopecia en la población mundial ya que, cada día, está más adormilado el cerebro a proteger; pero iré más allá. ¿También ha detectado que muchas de las últimas decisiones humanas están pensadas con el culo y, por ello, nos lo resguarda con abundante cabello?. Si es así, solo nos queda maravillarnos ante tanta sapiencia.