lunes, 22 de junio de 2015

Matar a una persona


Hay una pregunta que todos, algunos más veces que otros, nos hemos hecho durante esa etapa de observación y aprendizaje que es nuestra niñez: ¿cómo se saca provecho a la vida? Lógicamente, lo principal sería tratar de mantenerse vivo cuantos más años mejor. A partir de aquí, es indudable que se vive a través de las experiencias, y el dilema está en que existen tantas formas de afrontarlas como personas hay en el mundo. 

Hoy, sacando a relucir esa ingenua ignorancia que me caracteriza, seré osado y, por simplificar, colocaré a todo el mundo en dos grandes grupos. Por un lado los que se esfuerzan en acumular el mayor número de vivencias; y por otro los que no se preocupan por la cantidad y se dedican a exprimir unas pocas. Puede que lo más coherente, como casi todo en esta vida, fuese alcanzar un grado de equilibrio entre las dos opciones. Pero igual que sabemos que los seres humanos somos capaces de tomar multitud de caminos, hemos de admitir que pocos de ellos tienen algo que ver con la coherencia. Por si os interesa, creo que yo soy más de centrarme en unas pocas vivencias que no de ir por el mundo queriendo hacer de todo. Más que nada porque no pienso que cualquier práctica me sirva.

Esta reflexión me viene dada por una entrevista que vi hace unos días en la televisión, donde un periodista pululaba por un pueblo del interior de Cataluña. Era esa clase de pueblos donde da la sensación que jamás fueron tocados por el progreso y que, a pesar de ello, desprenden sabiduría desde cualquier mínima grieta de su adoquinadas y retorcidas calles. El reportero en cuestión, asaltando a sus habitantes con un tono más grosero que gracioso, se topó con un abuelo al que quiso acribillarle a preguntas supuestamente existenciales. Viendo que se trataba de una persona muy mayor, se atrevió a soltarle que qué le quedaba por hacer en esta vida. El abuelo, con toda la tranquilidad del mundo, le dijo que precisamente había estado pensando sobre ello en estos últimos días, y que había llegado a la conclusión que le gustaría, antes de acabar su existencia, saber qué se siente al matar a alguien. Lo más sorprendente de esta declaración es que fue dicha, siempre que el abuelo dijera la verdad, tras haber sido profundamente meditada. Sin dejarse llevar por instintos animales ni sentimientos de odio o venganza que aboquen a la violencia.

Ni que decir tiene que al entrevistador se le esfumó de la cara esa sonrisa medio burlona que utilizaba para menospreciar al respetable, y lo primero que hizo fue asegurarse de que el abuelo no llevara en sus manos algún arma o cualquier otro utensilio con el que consumar su deseo. Por suerte para él, el episodio acabó en el mero chascarrillo. Pero no quedó del todo claro si fue víctima de una broma o si realmente hablaba en serio ese hombre.

¿De verdad que alguien sería capaz de liquidar a otra persona sólo por acumular esa experiencia? Si todos hiciéramos lo mismo acabaría por extinguirse la humanidad... ¿Pero vale tan poco una vida humana como para finiquitarla por curiosidad? Puede que así sea, porque tampoco es que les prestemos demasiada atención. El otro día, sin ir más lejos, me quedé atónito cuando escuché la noticia de que una avanzadilla del Estado Islámico había tomado una ciudad, poniendo en peligro unos importantes monumentos que son patrimonio de la humanidad. Y ni una triste mención sobre las personas que permanecían bajo el fuego cruzado de una guerra. No importaban. Tiene más valor una piedra puesta ahí hace siglos que la vida de un niño. 

Quizá son esa la clase de mercenarios que juegan a la guerra. Gente que quiere saber qué se siente al matar a una persona y marchan a un escenario ideal para cumplir su deseo. Sí, puede que se planifiquen contiendas con ese único fin. O puede que no, no lo sé. Sólo trato de encontrarle coherencia a matar a una persona, cosa que, por mucho que me esfuerce, no logro encontrarla.

lunes, 15 de junio de 2015

Micro cuento "Llamada privada"


Como últimamente me cuesta un mundo encontrar un rato para escribir y publicar por aquí, voy a hacerlo muy rápido, con un micro cuento que me acaba de golpear el cerebro. Así, sin apenas repasarlo ni nada. ¡Ahí va!



Llamada privada
Presionó sobre la aplicación y encargó una pizza con la que completar la cena. Entró en una red social y se hizo pasar por una adolescente para conseguir videos lascivos. Visitó un foro y escupió unos insultos sobre una mujer negra. Propagó un correo electrónico que prometía un trabajo para timar unos euros a los más desvalidos. 

Todo desde su smartphone, todo en cinco minutos.

A los seis minutos, seis segundos y seis décimas, recibió una llamada desde un número privado. Descolgó. Una voz de ultratumba le dedicó cuatro palabras:
 — Tu alma es mía.


lunes, 8 de junio de 2015

Cerezas perfectas



Esta mañana me he levantado, he conectado la tele y no he podido más que indignarme. ¿Habéis visto cómo está el mundo? Seguro que no, porque de ser así llevaríais por las entrañas el mismo cabreo que me consume por dentro. Ya, ya sé que debería estar acostumbrado a que únicamente se cuenten desgracias en los noticieros, pero es que la de hoy ha caído como una ficha más del dominó que mandará al garete todo el sentido que tiene nuestra miserable vida humana.

¿Sabéis ya de qué se trata? Si pensáis que hablo de la crisis, de política, de los recortes, de algún atentado o de una guerra, ya os lo podéis ir quitando de la cabeza. Estamos en mi blog, donde esos temas tan serios no tienen cabida. Aquí se rinde pleitesía a lo pequeño, a lo nimio, a lo insignificante, y si alguien busca una opinión sobre esos asuntos tan relevantes, lo lleva crudo.

Una vez aclarados los contenidos de este intrascendente lugar, vayamos por faena. La bomba informativa la ha soltado un agricultor que estaba siendo entrevistado. El hombre en cuestión, con una sonrisa tan amplia que lograba unir las mejillas a las patas de gallo, explicaba a la audiencia las bondades de una máquina que acababa de adquirir. Al parecer la utiliza para seleccionar los diferentes tipos de cerezas que, una vez recolectada y desde una cuba, vuelca en su interior. Hasta aquí me ha parecido todo muy interesante, pues seguro que el artilugio es capaz de distinguir en milésimas de segundo las diferentes variables que ofrece una fruta. Lo que ya no me ha gustado tanto han sido los parámetros elegidos para escoger a las que, en teoría, son las más apetitosas. Según este energúmeno, únicamente da como buenas a las de circunferencia exacta, que no estén dañadas y que posean un color rojo intenso, como bolas decorativas de un abeto navideño. El resto, las deshecha. Y así nos va.

Por culpa de gente como esta soy incapaz de encontrar cerezas maduras. Las busco negras como el café; oscuras a la vez que brillantes, igual que un cielo nocturno y despejado; tersas y delicadas, con un jugo dulzón que pringue mis manos a la más leve presión. Pero nada, son imposibles de ver. Para mi que se extinguieron junto con la vergüenza de los agricultores, porque tratar de hacernos creer que las rojizas son las cerezas ideales es un ejercicio de cinismo puro.

No soy una persona de campo, pero he tenido la suficiente relación con la huerta para saber cuándo una cereza está madura. Y por supuesto que los agricultores también. Entonces, ¿por qué se recolectan antes de tiempo? Sospecho que porque así soportan mejor los golpes y pueden estar en cámaras durante mucho más tiempo antes de pudrirse. Porque no sólo ocurre con las cerezas, también vemos el mismo proceder con los nísperos, plátanos o melocotones.

La principal diferencia entre la vida que llevamos nosotros y el resto de seres, es nuestra constante búsqueda de placer en las funciones vitales. Nos gusta tomar el sol porque nos relaja y nos acuna en una sensación placentera. Pero, de forma parecida a las plantas, su luz hace que procesemos las vitaminas necesarias para nuestra buena salud, por eso nos bronceamos. Mantenemos relaciones sexuales instintivamente, sí, pero siempre jugando, estimulando nuestros sentidos para gozar más. Porque si no, haríamos como los perros, un "aquí te pillo, aquí te mato", con la única intención de perpetuar los genes. Y freímos un huevo, acompañado con patatas fritas y pan, para buscar la mejor combinación de sabores. ¿O acaso asaltamos nidos y nos los comemos crudos? Personalmente, no estoy dispuesto a sobrevivir a base de fruta que no haya sido previamente cocinada a fuego lento solar. 

Si nos resignamos a la acidez que desprende la fruta verde, si consentimos el beneficio económico de unos pocos mientras se pone en entredicho el disfrute de todos, seremos ninguneados por unos fruteros desalmados que les da igual nuestro bienestar. Vender fruta que no está madura es un paso más hacia la deshumanización. Conducta, por cierto, demasiado habitual en estos días que corren.

Y aquí termina mi denuncia; que al final, no sé cómo ni por qué, acabo siempre hablando de fruta. Vamos, ni que yo fuera un fan de Los Fruittis...