domingo, 12 de febrero de 2017

Sentido del humor


Ayer, en el trabajo, nos pusimos a contar chistes. Bueno, más bien fueron mis compañeros quienes no pararon de hacerlo. Pero la conclusión que saqué de aquel carrusel del humor fue que el mío es bastante particular. Vamos, que no me río con cualquier cosa y que mi sentido del humor es, cuanto menos, peculiar.

El otro día, por ejemplo, estaba un chófer de mi empresa descargando unos palets inmensos de garrafas de agua. <<Tened cuidado>>, nos dijo, <<Se mueven un poco>>. Y yo, para hacerme el gracioso, le solté la primera ocurrencia que me vino a la cabeza: <<Ya veo que has podido aguantar las contracciones durante todo el camino y no te has puesto de parto>>. El hombre, que encima es ruso y a veces tiene dificultades para entender los significados del castellano, me miró con cara de no entender nada. Y con toda la razón. Es más, si me lo hubieran dicho a mí lo mismo hubiese acabado con igual cara. ¿Qué mecanismos mentales me llevaron a encontrar esa frase? Pues unos muy rebuscados, desde luego. Pensé que, en el caso de habérsele volcado la mercancía, podría haber roto un montón de garrafas. De romper garrafas a romper aguas va un pequeño paso; y de romper aguas a ponerse de parto, otro paso más. Lo que dije sobre las contracciones hacía referencia al bamboleo de los palets, o sea que eso cuenta como dos pasos. Demasiados pasos.

Está claro que solo un imbécil creería que puede hacer reír a otra persona con esa frase. Lo más probable es que a ese imbécil lo miraran como me miraron a mí: como si estuvieran hablando con un marciano. Y por si no ha quedado bastante claro, el imbécil soy yo.

Pero, volviendo a la sesión de chistes, una cosa me quedó clara: la mayoría de las ocurrencias que tienen mis compañeros son demasiado obvias y repetitivas. Me aburren soberanamente. Aunque no siempre. El lunes, por poner otro ejemplo, apareció por el almacén "El Idiota" (si sois de las pocas personas que han leído todas y cada una de las entradas sabréis de quién estoy hablando; y, si no, aquí pongo el enlace) limpio, afeitado y hasta con acondicionador en su, por un día, igualada y sedosa melena. Viendo las fechas en las que nos encontramos, esto tampoco es de extrañar, pues cada año recibimos la visita de "los alemanes". Son unos teutones que vienen a inspeccionar que nuestras instalaciones no estén hechas unos zorros. Como nos dan mucho trabajo y queremos quedar muy bien con ellos, limpiamos las estanterías, pintamos las rayas del suelo y, ya de paso y gracias a nuestra jefa, también se le intenta dar aspecto humano a esa alimaña que tenemos por compañero. Eso de verlo aseado, con un poco de suerte, ocurre una vez al año; a no ser que hagan como el anterior y sencillamente le den dos días de fiesta. Y digo lo de gracias a nuestra jefa porque es ella misma en persona quien le da veinte euros y lo manda a una peluquería. Supongo que serán diez para el corte de pelo y otros diez para el peluquero/a como plus de peligrosidad, porque hay que ser valiente para meter las manos en ese arbusto. Parece mentira, pero aún nos seguimos sorprendiendo cada año al ver que existe una persona debajo de tanto pelo enmarañado. Incluso un chófer, acostumbrado como está a verlo con ese burka hecho de cabellos, nos preguntó que qué le había pasado. Fue justo en ese instante cuando a uno de mis compañeros le sobrevino un golpe de ingenio: << Es que se arregló para ir a la gala de los Goya>>, comenzó diciendo. <<¿Ha salido en la tele?>>, preguntó el chófer, todo inocente. <<Sí, fue a recoger el premio al mejor actor protagonista, por "Un monstruo viene a verme">>.

Tampoco es que me descojonara, pero he de reconocer que, para tratarse de uno de mis compañeros, la ocurrencia estaba bien hilvanada. Y no llevaba la palabra "polla", "coño", "follar" ni "dar por culo", cosa por otra parte muy meritoria.

Algo que también me quedó claro es que da igual con quién estés, pues en esta clase de reuniones sociales siempre llega un momento en el que, de forma inevitable, se pregunta a cada uno de los presentes por su chiste favorito. Por supuesto, con la clara intención de que lo cuente. Y todos, incluido yo, lo hicimos.

La verdad es que no me gusta contar chistes. Lo haces con la esperanza de hacer reír, pero, si la persona que lo está escuchando ya se lo sabe, como mucho le arrancas una media sonrisa. Sí, los chistes, en cierto modo, tienen fecha de caducidad instantánea. Nunca vuelven a ser lo mismo cuando los escuchas por segunda vez. Prefiero las salidas ingeniosas. Son mucho más frescas.

De todos modos, nadie puede evitar tener un chiste favorito, como tampoco se puede evitar tener un color preferido, una película predilecta o una canción que nos anima. ¿Que cual es el mío?, pues uno muy corto y sencillo. Pero quizá lo que más me guste de él es que es atrevido por incluir sin pudor a personas imperfectas. También me gusta que se resuelva con una especie de justicia divina; y si encima tiene un punto escatológico nada despreciable... pues me parece una delicia.

Entonces... ¿qué hago? ¿Lo cuento? Bueno, venga, va.

Un sordo le dice a un tonto.
— ¿Dos más tres?
Y el tonto responde.
— ¡Cuatro!
A lo que el sordo contesta.
— ¡Por el culo te la hinco!

¿Qué, os ha gustado? ¿No? Igual es porque ya os lo sabíais. Tranquilos, no pasa nada, a mis compañeros de trabajo tampoco les hizo ninguna gracia.


2 comentarios:

  1. Lo del sentido del humor es muy peculiar. A mí me pasa igual que a ti, que no soy de chistes y prefiero las salidas ingeniosas. Lo del monstruo viene a verme es bueno :)

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    1. Sí, fue una buena salida. Lástima que escaseen tanto en mi trabajo. Con suerte, de este nivel de sutileza, una cada quince días.

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